ORAR EN DÍAS DE VACACIONES
El verano es tiempo de descanso, de cambio de ritmo, de desconexión del colegio y de las rutinas habituales. Pero el descanso no significa desconectarnos de Dios. Al contrario, el verano puede ofrecernos nuevas formas de encontrarnos con Él, de escucharle en lo profundo del corazón y de renovar nuestra vida de oración.
San Agustín decía: “Tú nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti” (Confesiones, I, 1). Incluso en vacaciones, nuestro corazón sigue buscando a Dios. Por eso, este tiempo es una oportunidad para redescubrir la oración como una compañía serena, una conversación íntima y una fuente de alegría.
1. Orar junto al mar
El mar nos impresiona con su inmensidad, su fuerza y su belleza. Frente a las olas, es fácil sentirnos pequeños… y al mismo tiempo envueltos por algo grande. El mar es un espejo del misterio de Dios: profundo, misterioso y lleno de vida.
Texto bíblico:
“Más hondo que el mar es su sabiduría” (Job 11, 8).
Reflexión:
Podemos orar simplemente contemplando el mar, en silencio, dejando que su vaivén nos calme. Podemos hablar con Dios como con un amigo, o quedarnos con una frase sencilla: “Señor, estoy aquí”. También podemos pensar en nuestras preocupaciones y dejar que el mar se las lleve, como lleva la espuma de las olas.
San Agustín:
“Y si algo bello hay fuera de ti, es porque de ti procede” (Confesiones, I, 1, 2).
2. Orar en la montaña
La montaña nos invita a subir, a alejarnos del ruido, a respirar aire limpio y a mirar el mundo desde lo alto. En la Biblia, la montaña es lugar de encuentro con Dios: Moisés subió al Sinaí, Jesús subió al Tabor para transfigurarse.
Texto bíblico:
“Levanto mis ojos a los montes: ¿de dónde me vendrá el auxilio? El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra” (Salmo 121, 1-2).
Reflexión:
Caminar por la montaña puede convertirse en una oración: cada paso es como una súplica, un deseo de acercarnos más a Dios. Cuando llegamos a la cima, podemos dar gracias por la belleza del paisaje y por la vida. El silencio de la altura también nos ayuda a escuchar mejor a Dios en el corazón.
San Agustín:
“Sube a Dios el que progresa en su amor” (Sermón 344, 2).
3. Orar en la ciudad
No todos pueden salir de viaje. Algunas vacaciones se viven en casa, en el barrio, entre edificios y asfalto. Pero también ahí Dios está presente. Jesús vivió en una ciudad y caminó por sus calles. En la ciudad también hay rostros, historias, necesidades… y muchas formas de encontrar a Dios.
Texto bíblico:
“Busca la paz de la ciudad… y ora por ella al Señor” (Jeremías 29, 7).
Reflexión:
Orar en la ciudad es abrir los ojos y el corazón: mirar con ternura a quienes nos rodean, agradecer la vida cotidiana, ayudar al que sufre, vivir con paciencia. Podemos hacer una breve oración mientras caminamos, en el autobús, o simplemente al despertar.
San Agustín:
“Dios es más íntimo a mí que mi propia intimidad” (Confesiones, III, 6, 11).
4. Orar con la familia
En vacaciones pasamos más tiempo con la familia. A veces eso es motivo de alegría… y otras veces, de tensión. Pero también es un tiempo para orar juntos, para compartir la fe, aunque sea con gestos muy sencillos.
Texto bíblico:
“Donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18, 20).
Reflexión:
Una oración en familia no necesita ser larga. Puede ser una bendición antes de comer, una breve acción de gracias al final del día, o rezar juntos un Padrenuestro. Lo importante es que Dios esté presente en medio del hogar, como un amigo más que comparte la vida.
San Agustín:
“Si quieres vivir en paz, vive con amor” (Sermón 357, 1).
5. Orar en el silencio
Quizá lo más difícil del verano no sea encontrar tiempo, sino encontrar silencio. Estamos rodeados de ruido: música, pantallas, conversaciones… Pero Dios habla en el silencio. Como Elías en el monte Horeb, podemos descubrirlo no en el estruendo, sino en el susurro de una brisa suave.
Texto bíblico:
“Había un susurro tenue… y Elías se cubrió el rostro” (1 Reyes 19, 12-13).
Reflexión:
Busquemos unos minutos de silencio al día. Apaguemos el móvil, alejémonos del ruido, sentémonos sin prisa. En ese silencio, Dios nos espera. No hace falta decir muchas palabras. A veces, basta con escuchar, con estar. El corazón orante se hace más receptivo, más libre, más alegre.
San Agustín:
“El silencio es el jardín de la oración”
Conclusión: El verano como camino interior
Las vacaciones de verano son una ocasión para descansar el cuerpo… y renovar el alma. A veces pensamos que orar es algo complicado o aburrido. Pero en realidad, orar es hablar con Dios como un amigo, es abrirle el corazón, es dejar que nos transforme poco a poco.
San Agustín nos invita a mirar dentro de nosotros:
“No salgas fuera, entra dentro de ti mismo: en el interior del hombre habita la verdad” (De vera religione, 39, 72).
Que este verano sea un tiempo para entrar más dentro, para buscar a Dios en cada lugar, en cada persona, en cada silencio. Porque donde está Dios, hay descanso verdadero. Y orar es descansar en Él.